EPÍLOGO



(Extracto del Epílogo de Constantino Bértolo)




El lector


La especie lector de poesía dominante se caracteriza por la autosatisfacción y el narcisismo que en el espejo poético encuentra. Como lector de poesía se siente distinto, es decir, superior, es decir, inmortal, porque al fin y al cabo es uno de esos elegidos- pocos en tiempos tan prosaicos- que son capaces de descifrar y sentir el lenguaje de los dioses: la belleza. La poesía – en tanto metáfora del Arte- genera un derecho de admisión, un espacio privado, que los lectores disfrutan y capitalizan. Ese lector de poesía siente – sentimiento que el crítico de poesía también suele compartir- que la lectura le reviste de distinción y le confirma la posesión de una sensibilidad refinada que eleva al tiempo su autoestima y su consideración social. Para ese lector de poesía leer es reconocerse (agradablemente), afirmar (encantado) su pertenencia a la casta de los elegidos, su entrada (merecida) a esa alta vía humanista que nos redime del anonimato social, de la mediocridad existencial y de la muerte en definitiva. Para ese arquetipo de lector de poesía, y ese lector es hoy el lector hegemónico, - “Sólo bajo la cobardía os enseñan a leer”- leer poesía es renovarse como alma selecta. De ahí que toda poesía que no le ofrezca esa imagen de sí mismo sea cuestionada o rechazada. Dicho esto hay que convenir en que los lectores y lectoras de La Falta de Lectura nada de esto van a encontrar: nada que les halague el alma, nada que acaricie o calme su sensibilidad, nada donde acrecentar el narcisismo y sí mucho de duda, mucho de miedo a no entender y mucho de puesta en cuestión de su inteligencia poética, porque, las rupturas con lo predecible, las dislocaciones y las múltiples discordancias morfosintácticas, o semánticas, presentes en el lenguaje poético del libro, actúan como un campo de minas que hace saltar por los aires las expectativas poéticas convencionales. Y dado que toda Poética es una convención no cabe sino avisar de que este libro es un libro inconveniente y especialmente apropiado para lectores no dóciles, es decir, para lectores mal-educados.En momentos en que la mayoría de las poéticas hoy presentes en la actividad literaria española aparecen como correctas – sumamente correctas incluso-, bien pulidas, bien afinadas, bien instaladas en el buen tono y en la confidencias de clase (media) – peroraciones sobre el amor y el daño, sobre la pérdida de lo que nunca se tuvo, sobre la infidelidad al sueño de ser otro-, lo inconveniente se nos aparece como lo necesario. La poesía española actual es una poesía (con excepciones: dos o tres) que habla en voz baja, que se produce y consume entre amigos o amiguetes, moviendo guiños y pertenencias, exhibiendo metáforas autistas, o endogámicas, y a la que, aunque sin duda hay que agradecer que haya acabado con cualquier tentación de pomposidad retórica, es inevitable reprochar que haya optado por situarse en ese espacio plástico semejante al de las naturalezas muertas en donde reluce el brillo de la manzana y sobresale el quietismo formal de las líneas y sombras del jarrón correspondiente, o la transparencia virtuosa, y sabia, del vaso de agua inevitable. Una poesía neonaturalista en definitiva que no cesa de producir bodegones líricos en los que no falta nunca la vida interior como cobijo, la memoria como nostalgia, la nostalgia como futuro, la contradicción como confort y la tonalidad como buen tono. Que en medio de ese paisaje alguien recuerde que la pintura mancha y que las palabras pueden ser palabras destempladas no dejará de tener su consecuencia sobre ese panorama poético tan limpio, aséptico y aseado.




- Constantino Bértolo

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